Lo que aprendimos de la pandemia

Por Antonio Ramos Revillas, Universidad Autónoma de Nuevo León

Ahora que cada vez el mundo en el que vivimos durante la pandemia empieza a difuminarse en la vida cotidiana presencial, no estaría de más realizar un corte de caja de las cosas que aprendimos como editores, tanto universitarios como en general, acaso para archivo, pero también como herramienta para seguir construyendo puentes entre lectores y comunidades cuya presencialidad puede ser compleja en un país con las dificultades geográficas y sociales que tenemos.

El principal problema al que nos enfrentamos fue la pérdida de las librerías. Para remediarlo, muchas instituciones apostaron por la conversión de algunos de sus títulos al formato digital, pero también con la creación de bibliotecas digitales y tiendas de libros que fueron el principal canal de contacto con los lectores ya que pronto entendimos que la nueva vida sería pantallizada.

Sin embargo, uno de los problemas fue cómo comunicábamos esa información. La pantalla se volvió, en muchos sentidos, un sucedáneo de muchas otras actividades y experiencias. Si bien trabajábamos en ella y nos relacionábamos socialmente a través de ella mediante el texto y los gráficos, nos colocábamos, antes de la pandemia, como un narradoren tercera persona y, desde esa tercera persona nosasociábamos, discutíamos, nos burlábamos, nos enamorábamos y comprábamos.

Con la invasión de las reuniones digitales, esa tercera persona de pronto quedó relegada y fue necesario hacer algo que nunca habíamos hecho: ponernos en un YO antes las cámaras, considerar nuestro espacio como parte de lo queríamos “mostrar” a los demás. Ese YO se volvió el principal canal de venta: de la compra impulsiva, necesitamos crear experiencias.

En esa búsqueda de experiencias los más aventajados fueron aquellos que aprendieron a dialogar con todos los sectores de una pantalla: el front, el pie, los laterales, el juego con las cámaras, el uso de cortinillas de entrada, pausa, cierre; así como la intervención de los espectadores. En ese sentido, Streamyard se convirtió en una de las mejores plataformas para crear eventos, ya que las otras estaban más confinadas a las relaciones laborales, las juntas y la academia.

El fracaso de muchos fue que no nos vimos como productores de contenido o no supimos volvernos productores de contenido porque antes no teníamos que esforzarnos en eso para lograr la venta de los libros: el libro bastaba por sí solo: su autor, el tema, su portada. Pero, pasado cierto tiempo aprendimos a socializarlo. Aprendimos a dirigir los canales, a ofrecer eventos en específico para públicos en específico.

Ahora, que el mundo empieza de nuevo a ser presencial, sería bueno recordar que las pantallas siguen ahí. Podemos organizar presentaciones de libros para públicos en específico, “decorar” ese evento con una pantalla bien producida, con banners, cortinillas, solo para esa ocasión, otorgar descuentos en específico durante la transmisión del evento cultural. Me parece que hemos descubierto en las pantallas, si no lo olvidamos, una posibilidad más de compenetrarnos mejor con públicos específicos, aunque estos se encuentren dispersos por todo el mundo. De alguna forma, las pantallas nos han “glocalizado”. Y ese aprendiza es uno que no debemos olvidar para que los libros, siempre los libros, sigan volviendose experiencias de lectura.


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